Frank se levantó
aquella mañana apurado, ya que, debía tomar el vuelo que lo llevaría hasta el
lugar que había elegido para sus vacaciones.
En el aeropuerto se
sintió desconcertado por tanta gente. Temía perder el equipaje cuando vio que
la cinta transportadora se lo llevaba. En ese instante, recordó lo que le había
sucedido a su mejor amigo cuando le extraviaron la valija, y todos los trámites
que tuvo que hacer para recuperarla.
Cuando llamaron para
abordar el avión, sintió mucho nerviosismo, las piernas le temblaron al mismo
tiempo que las manos, y no era la primera que vez que iba a volar, pero algo lo
tenía inquieto. Tal vez, un presentimiento que no había podido contarle a
nadie.
Ubicado en su
asiento, se ajustó el cinturón y obedeció todas las indicaciones que les fue
dando, muy amablemente, la azafata.
Se quedó estático
mirando la puerta de salida de emergencia.
Repentinamente se perturbó,
miró por la ventanilla y entre las nubes esponjosas apareció la imagen de una
isla flotante. No percibió el aterrizaje, solamente se dio cuenta que había
bajado allí. Solitario y sin rastros de vida humana, se dejo caer sobre un
colchón de hojas de chocolate y menta. Miro el entorno y todo el paisaje eran
dulces y golosinas.
-¿Qué hago en este
sitio? –se preguntó desconcertado-. Y comenzó a recorrer un bosque que no
estaba totalmente quieto. Veía figuras que corrían muy velozmente entre ese
paisaje encantado de dulzura y frente a él se encontró con un cartel que llamó
su atención, decía: “La isla del delirio
para golosos”. Advertencia: En esta Isla no se permite la entrada de la gula.
Leyó sin que le importara demasiado tal advertencia, ya que, pensaba que nadie
se enteraría, si comía más golosinas de lo que su cuerpo soportara.
De repente una voz le
habló mientras se le acercaba –¿De dónde vienes?-.
Frank asustado se dio vuelta
muy lentamente y sorprendido con lo que tenía delante de él, no supo que
contestar. Los nervios le jugaron en contra, no podía creer lo que estaba
viendo. Era una chupaleta gigante, muy colorida y con una enorme sonrisa. Inmediatamente
lo rodearon gomitas de colores, conejos de chocolates, caramelos masticables de
todos los colores imaginables, turrones, alfajores dobles, triples y quíntuples
con tentador relleno de dulce de leche, moritas, paragüitas, galletitas
surtidas, chicles de todos los sabores y todo tipo de golosina fabricadas. Sin
salir de su asombro vio a los lejos una catarata de jugo de todos los sabores,
montañas de chocolate y nubes de algodón de azúcar. Todo estaba impregnado del
sueño más grato de su niñez que en ese momento se convirtió en realidad.
Tanta tentación lo
llevó a comenzar a comer todo lo que encontraba en su camino, no haciendo caso
de la advertencia del cartel. Su estómago crecía y crecía. El tiempo se había
detenido, solamente pensaba en comer y comer todas las golosinas que allí había.
Pero tanta gula hizo que, lo que estaba debajo de su pies, comenzó a tragarlo
hasta asfixiarlo.
Vomitó al mismo
tiempo que la voz de la azafata les avisaba sobre un pequeño desperfecto
sufrido por el avión al intentar despegar, y que, por ese inconveniente, estaban demorados en
la pista del aeropuerto.
Ada Restucha con la cooperación de Graciela Fioretti/Jyosti
15/04/2012
**Crear un cuento fantástico, ha sido un desafío para mi ahijada, por ello merece un espacio en mi blog.**
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